A medida que aumenta la pobreza, parroquias mexicanas alientan a vecinos a ayudar

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Paola Díaz Hernández y Daniela Paredes, voluntarios de la parroquia San Ignacio de Loyola en Chalco, México, preparan vales para pollos donados por un carnicero local en los suburbios de la Ciudad de México. Las dos trabajan de voluntarias en un banco de alimentos de la parroquia que se inició durante la pandemia de coronavirus. Foto CNS-David Agren

CHALCO, México (CNS) — El padre jesuita Raúl Vázquez siempre había deseado incluir mejor a los barrios marginados a lo largo del alcantarillado, que varios siglos antes, se había llamado el “Canal de la Compañía”, por la Compañía de Jesús.
 
A medida que la crisis de COVID-19 se introducía en México, investigó sobre las necesidades del barrio, pero descubrió que la mayoría de la gente de allí ya recibía algún tipo de asistencia social o patronazgo político.
 
El verdadero problema, descubrió, venía de los barrios habitados por mercaderes, muchos de los cuales vendían sus artículos en mercados itinerantes y “ya no tenían lugar donde vender”, dijo el padre Vázquez. Otros, sencillamente perdieron sus trabajos.
 
“Ya no tienen nada con lo que mantener a sus familias”, dijo desde una de las 14 capillas que pertenecen a la parroquia de San Ignacio de Loyola, que sirve a esta comunidad habitacional en los alrededores del sudeste de la ciudad de México.
 
La pandemia del COVID-19 ha cosechado miseria en México, donde la economía se está derrumbando y la tasa de mortalidad se dispara.
 
La pandemia está empujando a la gente a la pobreza y, según católicos que trabajan en causas de caridad, está provocando problemas como el hambre, asuntos de salud mental y un ascenso de vicios tales como la violencia doméstica.
 
“Nos enfrentamos a un problema de hambre. También hay un segundo problema … el sistema de salud de México está colapsado”, dijo el padre Rogelio Narváez, secretario ejecutivo de Cáritas México.

“Existe un problema de atención emocional”, dijo el padre Narváez. “La gente está viendo que sus familias no tienen nada que comer”.
 
El Ministerio de Salud ha informado de 90,664 casos de COVID-19, y 9,930 muertes a la fecha del 31 de mayo.  
 
Con todo, el presidente Andrés Manuel López Obrador sigue adelante con planes de reabrir México en fases, empezando el 1 de junio, asegurando que el país ya ha “dominado” la pandemia.

Anteriormente había rechazado cuarentenas estrictas, prefiriendo medidas voluntarias, y había minimizado el impacto potencial de la pandemia — acciones que algunas personas de la Iglesia dicen que agravaron la crisis del COVID-19.

“La cuarentena no se ha llevado a cabo debidamente”, dijo el padre Narváez. “El problema ahora es que la economía está más afectada porque hay señales de contagio. Todos estamos afectados porque no hubo seriedad en las políticas gubernamentales”.
 
López Obrador ha respondido a la crisis con llamadas a la austeridad. Ha desvelado préstamos para pequeñas empresas de unos $1,100 y ha incrementado los pagos para los programas sociales. También ha hablado del apoyo de las familias durante la pandemia — cosa que a menudo ocurre en las crisis económicas mexicanas debido a la escasa ayuda estatal.
 
El padre Narváez dijo que las familias están saliendo al paso, como de costumbre, pero indicó, “Existe una gran incidencia de violencia familiar, precisamente porque los problemas económicos se han convertido en problemas familiares”.
 
La Iglesia Católica ha respondido pidiendo donaciones y canalizando el apoyo del sector social para proveer paquetes de ayuda. También ha reclutado a sacerdotes, psicólogos y doctores para una línea de ayuda.  

Los jesuitas, trabajando con la Conferencia Episcopal Mexicana, también desvelaron un programa a nivel parroquia llamado “Redes de Solidaridad en Parroquias”. Anima a los feligreses a identificar y responder a las necesidades por medio de sus propias iniciativas en lugar de depender de ayuda exterior.
 
“El mayor éxito es la organización comunitaria”, dijo el padre jesuita Jorge Atilano, que basó en programa en sus experiencias para reconstruir el tejido social de pueblos plagados de violencia. “Se trata de ciudadanos que se organizan para apoyarse mutuamente unos a otros, usando sus propios recursos y fortaleciendo sus propias capacidades para lidiar con los problemas”.

El padre Vázquez vio una oportunidad para que el programa operara en Chalco, donde San Juan Pablo II celebró la misa ante 500,000 personas en 1990. La población posteriormente creció rápidamente cuando los mexicanos pobres acudieron a la capital en busca de oportunidades económicas.

Ahora es atendido por una de las diócesis con menos personal en México; La parroquia del padre Vázquez atiende a una población de 64,000 en 12 barrios, donde “viven tres familias en cada hogar”, dijo.

Al principio fue difícil: muchas personas vieron el coronavirus como un problema lejano o no lo creyeron, y la cuarentena no se tomó en serio hasta que “los impactó directamente a ellos o a un vecino”, dijo el padre Vázquez. “Ahora están viendo muertes, ahora viendo a familiares en el hospital”.

El padre Vázquez dijo que inicialmente pensaba: “La pandemia nos va a aislar a los unos de los otros”, pero también: “Si vamos a obtener ayuda, será de la gente de aquí”.

Se puso a trabajar en el proyecto en marzo y comenzó reclutando delegados del barrio, que son representantes del gobierno municipal y con quienes la parroquia tenía una relación “conflictiva”.

Los feligreses comenzaron un censo del área para identificar necesidades específicas. Incapaces de tocar puertas, corrieron la voz a través de altavoces. También formaron comités para necesidades tales como bancos de alimentos y centros de escucha.

En el barrio Tres Marías, el banco de alimentos funciona las 24 horas del día. Las personas dejan artículos (bolsas de frijoles o arroz, barras de jabón, paquetes de fideos) y los voluntarios empaquetan y entregan paquetes a las personas identificadas a través del censo, enfocándose en los ancianos, los enfermos y las personas que han perdido sus trabajos.

“Ha sido una situación en la que nos hemos conocido mejor”, dijo Daniela Paredes, una estudiante de enfermería y voluntaria del banco de alimentos. “Quizás esta sea la buena parte de esta situación”.

Las personas con otras habilidades dieron otro paso adelante para ayudar. Ernestina López, una practicante de medicina alternativa, comenzó a dispensar valeriana y pasiflora para controlar el estrés y ayudar a las personas a dormir, dijo.

Incluso el capítulo local de Alcohólicos Anónimos ha ayudado.

“Están acostumbrados a escuchar y necesitamos personas que escuchen”, dijo el padre Vázquez. “La gente se está escuchando”.

La parte más difícil ha sido la muerte, que está aumentando, dijo el padre Vázquez.

Familias lo buscan para funerales, pero los servicios no se están llevando a cabo. Ninguno de ellos reconoce COVID-19 como la causa de la muerte.

“No quieren decirlo”, explicó. “Tienen miedo de ser rechazados por sus vecinos”.

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